República necesaria

La república se hace necesaria por higiene democrática, decía yo en mi anterior escrito. En los tiempos actuales no puede ser que un cargo público ─y  la Jefatura del Estado no deja de serlo─ se herede cual de un patrimonio particular se tratase. Por otro lado, el descrédito de la monarquía es de tal magnitud que poco se puede hacer por salvarla. Si Juan Carlos ha gozado de gran prestigio dentro y fuera de España ha sido por su capacidad para transmutar el régimen dictatorial franquista en una democracia moderna aun dejando impune la responsabilidad de quienes se levantaron en armas contra el gobierno establecido provocando con ello  la última guerra (in)civil de nuestro país. El Rey accedió a la Jefatura del Estado con todos los poderes dictatoriales de Franco; en definitiva, al mejor estilo de las monarquías absolutas. Si bien, en su primer discurso como rey dejó claro su intención de serlo “de todos los españoles”. Agradecido.

Tras años en los que la figura del monarca ha despertado simpatías, incluso entre sectores republicanos (los llamados monarquicanos y juancarlistas), los últimos escándalos en los que se ven implicados miembros de su familia, sus aventuras cinegéticas ─cuando España está sufriendo la mayor crisis económica de toda su historia─ han cambiado sustancialmente la apreciación que se tiene de la monarquía. Que el Rey tenga sus amantes forma parte de su intimidad o vida privada. Que el resto de la familia real tenga sus asuntos privados no debiera traspasar esa frontera de lo privado. Pero como su seguridad la pagamos todos los españoles vía impuestos, al final, todo ello nos concierne, e incluso nos ofende cuando su presupuesto se dispara mientras el nuestro se recorta de manera tan arbitraria mediante bajadas de salarios, supresión de pagas extras, subida de IRPF, subida del coste de la cesta de la compra, subida del coste de medicamentos y al fin, bajada de prestaciones por desempleo, supresión de becas de estudio, eliminación de prestaciones sanitarias, educativas y de otra índole.

Resultan altamente ofensivas las cifras destinadas al bienestar real cuando están desmantelando el estado de derecho y bienestar social arañado en siglos de lucha obrera. Los privilegios de la clase política, (salarios desmedidos, jubilaciones hiperventajosas, por no hablar de informaciones privilegiadas para sus turbios negocios…) ahondan en la brecha abierta entre administradores y administrados. Que la monarquía nos sale bien cara a los españoles es un hecho. Que no podemos permitir semejante dispendio es evidente. La pregunta es ¿la república saldría más favorable? No lo tengo claro.

No lo tengo claro si solo atendemos a términos económicos. La Presidencia de la Nación dispondría de unas partidas presupuestarias dispuestas para cubrir el salario del presidente, sus viajes, su seguridad… así como las de sus asesores, secretarios y demás personal; además del gran gasto que supondría montar cada cuatro años la elección de nuestro presidente.

Sí lo tengo claro en términos de salubridad democrática: la república sería totalmente favorable. No puede ser plena nuestra democracia si no podemos elegir libremente a nuestra máxima representación. Porque… señores, ellos son nuestros representantes y están al servicio de la ciudadanía, ¡de toda la ciudadanía!, aunque pretendan olvidarlo o se empeñen en hacernos creer lo contrario. El mandato nace de la necesidad de organizarnos como sociedad y como tal delegamos en ellos; recordemos aquello de la soberanía nacional, pilar fundamental en un régimen constitucional.

Achacar a una tercera república todos aquellos males que presuntamente asolaron las dos anteriores es postura falaz e interesada por cuanto muchos de aquellos surgieron de la nula disposición de los poderosos a aflojar cotas de poder. Cada reforma fue contestada desde el caciquismo endémico que ha caracterizado hasta el último rincón de la España profunda; desde el gobierno republicano de la derecha inmovilista se torpedearon y deshicieron numerosos proyectos encaminados a modernizar aquella sociedad. En los albores de la actual democracia muchas leyes de la II República hubieron de ser promulgadas de nuevo, eso sí, con la clamorosa oposición de partidos de ultraderecha, algunos ya extintos, y de la entonces AP actual PP.

Cierto que hubo errores en  las dos primeras repúblicas, pero condenar por ello una tercera es tan injusto como demonizar el actual régimen monárquico. Este ha servido para llegar hasta donde se ha llegado: treinta y cinco años de convivencia pacífica en un país que tanto ha cambiado y, ¡a mejor! que ya “no lo conoce ni la madre que lo parió”, recordando a un viejo socialista.
República no es sinónimo de panacea ni Bálsamo de Fierabrás, monarquía tampoco. No es lícito echar por tierra las aspiraciones republicanas con argumentos monárquicos cuando tan diáfano tenemos el recuerdo de  los peores reyes que ha tenido España. Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII ─Borbones todos ellos─ no son precisamente ejemplo, ni modelo a seguir; por tanto no cabe denigrarla en beneficio del régimen monárquico por muy constitucional que este sea. De hecho república y monarquía constitucional pueden ser cuasi sinónimas en cualidades y vicios. Un hecho fundamental las distingue: la elección por sufragio del Jefe de Estado bajo la denominación de Presidente de la República, hecho nada banal cuando se trata de exigir responsabilidades. Un presidente puede: no ser reelegido, o ser destituido, si las expectativas depositadas son traicionadas; incluso, ser procesado judicialmente. En esto consiste la higiene democrática.