Nomen est omen

«Nomen est omen» (el nombre es un presagio) Dice la tradición que con la elección del nombre se transmite al recién nacido una serie de cualidades, que el nombre que eligen nuestros padres encierra el significado preciso de cómo somos. Todo esto tiene suma importancia para un buen puñado de gente, sin embargo, otros muchos no consideran plausible esta circunstancia. Lo que sí es cierto que el nombre impuesto habrá de acompañarnos hasta el fin de nuestra existencia y deberíamos encontrarnos cómodos con él; en caso contrario, mejor será cambiarlo. La ley lo permite y numerosas personas optan por ello. Mi nombre es Ignacio. Así, sin más: Ignacio, a secas. Mis padres no quisieron ponerme un primer nombre del estilo de Juan o José. De esta manera, resulta presumible que me transmitieran un carácter fogoso , según la etimología que lo hace derivar del latin ignis . Hay quien afirma que significa hijo querido con origen indoeuropeo...