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Cuando los fenicios arribaron la Península Ibérica —allá por el segundo milenio antes de Cristo— la llamaron i-spn-ya (tierra de conejos), que derivó en la voz romana Hispania de donde proviene el actual España. Más de tres mil años después la situación de España no es precisamente la de aquel lugar ideal que los fenicios escogieron para establecerse y realizar negocios. 

Con una altísima tasa de desempleo jamás conocida en nuestro país.

Con una juventud que vuelve a hacer las maletas en busca de un futuro en Europa.

Con una desmesurada presión fiscal que ahoga la actividad económica.

Con numerosas familias en riesgo de desahucio de sus casas.

Con insolidarios recortes en los derechos sociales arañados en siglos de lucha obrera.

Con un empresariado ávido de beneficios que resultan indecentes. 

Con unos bancos corresponsables —junto a ineficaces gobernantes— de la mayor crisis económica que ha conocido España por mor de prácticas cuando menos inmorales, si no delictivas.

Con un déficit público que no termina de tocar suelo.

Con un sistema bipartidista que recuerda a la alternancia política de la época de Alfonso XIII.

Con una corona en entredicho por los negocios sucios de sus miembros.

No, no se puede decir que España sea un país moderno y una democracia madura.

España es una indecencia. 

Indecente es que nos pidan sacrificios cuando sabemos de los sobresueldos que disfrutan nuestros “bienamados dirigentes”.

Inmoral es que promuevan leyes para rebajar los sueldos a los trabajadores cuando el suyo ni lo tocan.

Grosero es que roben pagas extras a los funcionarios públicos cuando ellos, funcionarios sin ningún tipo de oposición, siguen cobrando las suyas.

Obsceno es promover leyes para que salarios mileuristas acaben en el mínimo interprofesional.

Abusivo es que nos suban los impuestos para costear una crisis que han creado ellos.

Vergonzoso es que con unos pocos años de servicio público gocen de la jubilación que a un trabajador cualquiera le costaría 40 años.

Indecoroso es que los políticos cesantes del Congreso acaben todos en, el ineficaz Senado, o bien, colocados en los consejos de administración de las Endesa, Telefónica, Repsol…, empresas públicas que fueron privatizadas para beneficio de los de siempre. 

Repugnante es que apelen al patriotismo cuando envían sus capitales de dudosa procedencia a paraísos fiscales.

Humillante es, al fin, que cada cuatro años nos pidan el voto —y se lo demos— como si aquí no hubiera pasado nada. 

La sociedad española necesita con urgencia abrir una ventana para oxigenarse; claro está que los dos partidos mayoritarios —acomodados en el bipartidismo que tan beneficioso les resulta— no lo van a permitir. La continuidad del sistema democrático pasa ineludiblemente por su reforma sustancial. Este arruinado edificio no se sostiene con simples puntales. Precisa una rehabilitación integral. 

Los dos partidos andan a la gresca entre ellos, cuando ambos tienen gran responsabilidad. Ambos han gobernado sin que los males que nos acechan hayan sido tratados con seriedad. Ambos han desoído la voz de esta sociedad que, a punto está de reventar. Ambos incumplen el espíritu resuelto y esperanzador de quienes lucharon contra la dictadura.

Resulta que aquellos que se proclamaron adalides de los derechos del pueblo son los que lo han expoliado a manos llenas. Los otros, los que nunca tuvieron la más mínima intención de permitir que España fuera un país para todos los españoles, no les andan a la zaga. 

Mientras unos y otros acechan con sus políticas, intrigas y malas artes, los españoles no nos ponemos de acuerdo en… que si galgos o podencos. La pasividad nos conduce al desastre. 

¿Será cierto que España es un país de conejos? 
P.D. El conejo ante la presencia de un potencial depredador permanece inmóvil intentando pasar desapercibido antes de huir a la carrera hasta un refugio.
Repásese la fábula de Iriarte: Los Dos Conejos.


Publicado en el Diario La Rioja el 21 de agosto de 2013.

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