Nuevamente, república


 

Nuevamente, el 14 de abril se convierte para muchos españoles en una jornada reivindicativa de la república como un nuevo régimen para nuestro país. Y es que la republica se hace necesaria hoy en España por higiene democrática como ya he escrito alguna que otra vez. En una España de igualdades amparadas por la constitución de 1978, no debiera ser que el cargo de Jefe de Estado sea vitalicio y hereditario. Está visto que sí, que la propia constitución ampara tal paradoja.

La constitución de 1978 proclama que España se constituye en un estado social y de derecho y que su forma política es la monarquía parlamentaria. No se le puede negar legitimidad a la constitución, pero podemos desear un cambio de forma política, que la ley permite, aunque lo dificulta; recordemos aquello «de la ley a la ley». Suena esto, ¿no? Recordemos también lo otro de que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.» Dicho de otro modo, el pueblo español tiene la última palabra para reformar la ley de leyes y traer una república a España. El artículo 92 de la constitución establece que «las decisiones políticas de especial transcendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos.» Por tanto, es legítimo reclamar ese referéndum. En caso de producirse y ganar la opción republicana, el gobierno debería atender la demanda de la ciudadanía, y a pesar de ser consultivo promover la reforma constitucional de manera pertinente.

Anteriores veces he escrito que un presidente de república puede ser tan eficaz como un rey… o tan ineficaz. Que una monarquía parlamentaria puede ser tan buena como una república o tan mala. Las soluciones de los problemas de España, con certeza, no pasan por la disyuntiva monarquía o república. Ambos sistemas pueden tener el mismo nivel democrático, pero con la salvedad de que en una república todos los cargos públicos se ganan por elección lo que genera una mejora en la erradicación de la corrupción que anida en los rincones del poder. Dicho de otro modo, si el jefe de estado no está a la altura de las circunstancias, se le busca relevo o por decirlo en castizo: se le echa del sillón. ¡Y se le puede sentar en el banquillo!

Algo tan meramente básico para una democracia se hace punto menos que imposible en una monarquía como la nuestra que instituye la no responsabilidad del rey ante cualquier delito que cometiere según se desprende del artículo 56.3. Esta arbitrariedad ha quedado bien manifiesta en la decisión del Tribunal Constitucional de impedir la investigación de los supuestos delitos cometidos por el rey Juan Carlos. Lo más higiénicamente democrático hubiese sido poder juzgar su conducta para condenarlo o absolverlo a la vista de las pruebas.El rey Juan Carlos se halla en entredicho en los mentideros políticos y en la calle, pero en virtud de la constitución (¿qué virtud?) se impide investigar su conducta.

Juan Carlos accedió al trono por decisión de Franco, y lo hizo con todos los poderes plenos del dictador. Decidió renunciar a la dictadura, a la monarquía absoluta, y convertir España en una democracia. Su cargo fue ratificado al votar la constitución en un lote completo, constitución y monarquía. El pueblo español no tuvo elección para recuperar la democracia. Tras años de simpatías por «el campechano» incluso entre algunos republicanos, los últimos escándalos han cambiado la apreciación que se tiene del rey. La abdicación en su hijo Felipe ha supuesto un lavado de imagen que… ¿habrá dado resultado? Imposible saberlo sin una consulta popular.

Que república no es sinónimo de «bálsamo de Fierabrás», resulta evidente. Monarquía tampoco. Las dos experiencias republicanas en España fracasaron, como también lo hicieron los últimos reinados. Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso III, ¡por cierto borbones todos ellos!, no son precisamente ejemplo a seguir. No podemos atribuir a una tercera república, aun non nata, los males que presuntamente asolaron aquellas primeras, cuando fueron muchos los proyectos y leyes de entonces que buscaban modernizar el país y que, suprimidos por la dictadura, debieron esperar nuevamente a la democracia para ver la luz.

La III República no tiene por qué resultar la panacea, pero merece la pena intentarlo. Puedo, incluso, sugerir que el entonces ciudadano Felipe de Borbón se presente a las elecciones para Presidente de República (siempre y cuando no se halle condenado por la justicia por algún tipo de delito económico o de corrupción).

Puedo asegurar que yo respetaría y defendería el respeto a lo que las urnas decidan. ¿Puedes, tú asegurar lo mismo?

 

Ignacio Achútegui Conde

Logroño, 14 de abril de 2021

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