Tenemos poco que celebrar
Tras largo tiempo de anhelos
frustrados, noches sin dormir y bajas en el camino, al fin pudo ser, y a los
cuarenta años una criatura fue alumbrada con cariño, ilusión y los nervios propios
de padres primerizos.
Hoy esa criatura cumple treinta y
cinco años, algo que sería motivo de celebración, no lo es. Porque sus tutores no
le permiten un progreso cabal, lógico y necesario. La Constitución de 1978 se
encuentra coaccionada por los presuntos garantes de su desarrollo y en los
últimos tiempos estamos asistiendo al derribo del estado social y de derecho
enunciado en su artículo primero.
A partir de 1978 la situación,
sin ser perfecta, resultó una mejora en la salud sociopolítica de España
respecto a siglos de absolutismo, dictadura y guerra por los que ha
transcurrido la historia española; en pocos años se acabó con múltiples viejos esquemas -no todos- que impedían que ésta fuera una nación democrática. El
injusto sistema autoritario quedó erradicado. Creíamos que para siempre…
Lentamente, paso a paso, a medida
que se iba desarrollando el proyecto, la consecución de las libertades públicas iban cuajando con el bienestar social e individual como exponente de la nueva realidad. España había
emprendido una serie de reformas que modernizaron el estado abriéndolo a los
españoles.
Actualmente con la excusa de la
crisis se está dando un retroceso abismal en cuanto a derechos sociales. La
posición gubernamental es egoísta, falaz y poco eficaz.
Egoísta por echar sobre los
hombros de los más desfavorecidos (la gran mayoría del pueblo español) la carga
de la crisis mediante recortes presupuestarios en materia de derechos: sanidad,
educación, tasas judiciales, prestaciones por desempleo..., así como las constantes subidas de impuestos
y tarifas de servicios de primera necesidad, sin olvidar las leyes regresivas
que permiten saqueos de salarios o despidos arbitrarios. Egoísta, también
supone el desmantelamiento de los servicios públicos en pro de empresas
privadas (en las que poseen intereses ocultos).
Falaz porque están gobernando
como dijeron que jamás lo harían. Negaron hasta la saciedad las subidas de
impuestos hasta que llegaron al poder. Esto es incumplimiento de publicidad y la publicidad tiene carácter contractual.
Poco eficaz porque con su política
egoísta y falaz aniquilan el poder adquisitivo del ciudadano, ralentizando al
mínimo el consumo, lo que supone un menor volumen de negocio y la desaparición
de empleo lo que incide de nuevo en el consumo, como pescadilla que se come la
cola.
Mención aparte merecen los
esfuerzos por acallar toda disidencia mediante el control de los medios y de
los ciudadanos. Las protestas cívicas que exigen un cambio de rumbo y mano dura contra la corrupción que se generaliza en las más altas esferas están siendo estigmatizadas tachando a
los participantes de antidemocráticos, violentos, radicales, antisistema, manipuladores (cuando no manipulados), perroflautas… La represión policial ha subido de tono
como no se recordaba desde los primeros años de la Transición y ¡aún pretenden
incrementarla!, con la aprobación de la ley de la mordaza.
¡Encima de pobres, apaleados!
¡No!, no es este el espíritu de
quienes redactaron la Constitución de 1978.
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